“No solo son 600 artesanas, sino 600 familias las que se benefician de esta actividad, ya que en estas comunidades el conocimiento artesanal es transmitido de las madres a las hijas”, destaca Margarita Romero, encargada de Comercialización de Artecampo. Las delicadas artesanías para decorar el hogar son elaboradas con amor, inteligencia, creatividad y muchas horas de trabajo por mujeres rurales de los pueblos indígenas guaraní, ayoreo, guarayo, chiquitano, weenhayek y otras comunidades interculturales de Santa Cruz.

Las mujeres rurales, que representan una cuarta parte de la población mundial, trabajan como asalariadas, empresarias o labran la tierra y plantas las semillas que alimentan a naciones enteras. Sin embargo, “sufren de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza”, destaca la Organización de Naciones Unidas, que en 2008  estableció el 15 de octubre como Día Internacional de la Mujer Rural.

En Bolivia, las mujeres del área rural se resisten a vivir en la desventaja heredada por la pobreza y el machismo y a fuerza de constancia, sueños y talento de sus manos construyen una nueva vida para sus familias y para ellas mismas. La Asociación de Artesanas de Campo (Artecampo), que congrega a 14 asociaciones de pueblos indígenas y comunidades interculturales de Santa Cruz, es un ejemplo de ello. Su esfuerzo les ha permitido valorizarse, ser escuchadas y aumentar su participación en sus comunidades.

Pese a ser tan productivas y buenas administradoras como los hombres, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor. Tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, educación, asistencia sanitaria, ni a infraestructuras como agua y saneamiento. Con pocas excepciones, los indicadores de género y desarrollo muestran que las mujeres rurales se encuentran en peores condiciones que los hombres del campo y las mujeres urbanas.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) contabilizó a más de 1,8 millones de mujeres que viven en el área rural. En general, no cuentan con ingresos propios y el trabajo dentro de sus comunidades esconde grandes desigualdades de género, enfatiza ONU Mujeres.

Hay mujeres que se rebelaron contra esta realidad. Artecampo, que congrega a asociaciones de los pueblos indígenas guaraní, ayoreo, guarayo, chiquitano y weenhayek, además de otras comunidades interculturales de Santa Cruz, está entre esas iniciativas.  “Antes, no podía siquiera expresar mis ideas y hablar con una persona de la ciudad; ahora, me he dado cuenta de que todos somos iguales”, afirma Claudia Opimi, de la comunidad Los Tajibos. 

Opimi comparte su experiencia con este medio en la tienda de Artecampo, luego de realizar una breve explicación sobre el origen de las artesanías a un grupo de turistas extranjeros. Muñecas hechas con chala de maíz en llamativos colores de moda, los bordados a mano, la cerámica con figuras primorosas y otros productos que representan la diversidad y riqueza cultural del oriente boliviano se exponen en la tienda ubicada en la calle Monseñor Salvatierra de la capital cruceña.

 

Esta asociación está conformada por 600 miembros activos, el 95% son mujeres. No solo buscan la preservación del patrimonio cultural y natural, sino la generación de procesos de equidad de género a través del empoderamiento de las artesanas y la obtención de ingresos económicos complementarios, justos y seguros para comunidades rurales con difícil acceso al empleo. 

“El estar organizadas ha permitido que tengan un fortalecimiento económico sin el cual no podrían tener la fuerza para ser dueñas de su propio futuro”, subraya Paula Saldaña, directora ejecutiva del Centro de Investigación, Diseño Artesanal y Comercialización Cooperativa (CIDAC), organización que respalda las actividades de Artecampo. 

Cada mes, el CIDAC compra el 100% de la producción de las artesanas, quienes reciben el pago por su trabajo de manera inmediata, sin esperar a que se concreten las ventas. 

“Ganar mi propio dinero con mi trabajo fue el cambio más fuerte, porque ya no iba a depender de nadie”, recuerda Opimi, quien invirtió y continúa utilizado el dinero ganado en su familia. “Hace falta todo y lo del esposo no alcanza”, y detalla que sus hijos también están aprendiendo el arte de la artesanía y elaboran monederos y otros productos cuidando cada detalle. Saben que la calidad es importante para el cliente, para el turista.

Las artesanías que se venden en esta tienda son una muestra del día a día de estas comunidades. Hace tres décadas que sus artesanías tienen demanda para la decoración de los hogares en las principales capitales del país. Peluches de papagayos y tucanes, caballos de arcilla, bordados de plantaciones de maíz, plátano y papaya, pinturas de cría de ganado, y una variedad de productos en cerámica y madera en los que están plasmados árboles, frutas, hojas, jochis, tucanes, tatús, búhos, jaguares, tortugas y demás animales silvestres están en la oferta artesanal. 

“Este es un trabajo que la mujer hace en sus horas de descanso”, cuenta Opimi y aclara que la mujer del área rural “casi nunca descansa”. Empero, “somos gente de hogar”, entre el cuidado de los hijos y el aportar a la economía de la familia, recalca. 
Datos del CIPCA muestran que las mujeres solo están a cargo del 25,2% de las unidades productivas agropecuarias del país y que la migración, la pluriactividad y la doble residencia han incrementado su trabajo en el agro y sus responsabilidades como jefa de hogar. Artecampo surge para darle a esta población una fuente de trabajo digno que les ayuda a preservar sus tradiciones y modo de vida. “Ellas trabajan sin salir de su comunidad y pueden cuidar a su familia. No tienen la necesidad de migrar a la ciudad”, apunta Romero. 

“Antes, los maridos no querían ni que salgan a las capacitaciones, ahora les ayudan. Los esposos entendieron que ellas son libres”, subraya Rosario Araúz, maestra artesana de palma jipijapa, que participa en Artecampo desde 1988.

Hace 40 años, estas mujeres desconocían el valor de su trabajo, llegando a canjear una hamaca –por ejemplo– por un poco de azúcar o harina. La falta de mercados también hacía que sus hijas migren a la ciudad en busca de un trabajo, ya que no podían vender los productos que aprendieron a hacer de sus madres.

Hoy, la realidad es diferente. Tras recibir formación en diseño, colores y finanzas, las artesanas reciben capacitación en nuevas tendencias y crean nuevos productos desde su imaginación y cultura. 

 

Artecampo y el CIDAC cuentan con una segunda tienda ubicada en el Museo Artecampo y abrieron una tercera tienda en la provincia Ichilo. Desde esos lugares se realizan envíos a Santa Cruz y a los demás departamentos. En estos puntos se pueden adquirir productos que llevan historia y cultura en cada artesanía. Hay medallones de jipijapa que valen Bs 25 y tallados en madera de Bs 2.000. Los productos más tradicionales, como la cerámica y los tejidos isoseños, son acompañados hoy por bolsos, monederos, carteras, portamates, portalápices y tapices hechos a mano. Sus clientes más habituales son turistas extranjeros, que aprecian lo hecho a mano y su significado, también hay empresas y gente que apoyan este talento. 

La asociación no es ajena a los novedades y avances tecnológicos. El año pasado inauguró su tienda en línea. Desde 2020 comercializa sus productos a través de redes sociales con envío a domicilio y reciben pagos a través de QR y otros medios de pago electrónicos. “No permitieron que la pandemia les quite este sueño, su trabajo de tantos años”, subraya Romero.
Mientras las barreras estructurales y normas sociales discriminatorias siguen limitando en general la participación de la mujer rural en la participación política dentro de sus comunidades y hogares, las mujeres de Artecampo tienen una voz activa en sus comunidades. 

“Ellas se hacen escuchar. Se han capacitado mucho. Hay personas que no sabían ni agarrar el lápiz, ahora ya tienen una fuente de trabajo segura en todo el año, tienen su propia materia prima, su propio diseño, su propia contabilidad. Incluso hay artesanas que ya han sido participes de la Alcaldía”, rescata Arauz. 

“Nuestra asociación es la de mayor peso dentro de la comunidad. Nos toman en cuenta para cualquier cosa”, asegura Opimi.
Todo este trabajo no solo ha mejorado la posición social de las artesanas, sino que ha permitido la revalorización de las raíces cruceñas. Pero los desafíos siempre están presentes y en este año llegan de la mano del fuego que ha devastado buena parte de las áreas boscosas del departamento. Romero teme que la carencia de algunas fibras naturales, como el garabatá (planta que crece en el Chaco), cause una menor producción artesanal, pero esto se sabrá en las próximas semanas, cuando se conozca el impacto de los incendios forestales.

 

Margarita Romero confirma que en los primeros días de diciembre se realizará en la tienda principal la Feria Artecampo. Las artesanas no solo expondrán su producción más exclusiva, sino que también contarán en persona la historia de cada una de sus artesanías y compartirán con los visitantes los frutos que producen. Ellas no renuncian a sus sueños y al modo de vida que edificaron con constancia y esfuerzo y tienen mucho por contar. 

“Lo único que hace falta ahora es tener un capital más grande para producir más y para que más gente nos compre en Bolivia y fuera del país”, expresa la maestra artesana Arauz.

 

 

CREDITOS
Escrito por: Walter Vásquez, periodista. Santa Cruz de la Sierra.
Fotografias: Ruta1825/Wálter Vásquez: Una turista observa los tejidos isoseños en la tienda de Artecampo.
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