En los fértiles valles del sur chuquisaqueño, donde el tiempo se mide con lluvias y cosechas, el ají no solo se cultiva: se cría. Así lo revela el nuevo catálogo del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (MUSEF), titulado “El uchu en Padilla. Crianza mutua del ají nativo”, una obra que recoge los saberes ancestrales de las comunidades campesinas del municipio de Padilla, y los traduce en conocimiento vivo, compartido, y profundamente simbólico.

A diferencia de la visión tecnificada, los autores Veimar Gastón Soto Quiroz y Roger Salazar Paredes adoptan el enfoque del uyway, palabra quechua que significa crianza mutua. Este concepto guía toda la investigación: el ají no es solo una planta; es un ser que convive, se cuida, se conversa y se respeta.

“Al criar ají, también nos criamos nosotros. No se trata solo de sembrar, sino de dialogar con la tierra, con el agua, con el tiempo”, explican los autores.

El catálogo documenta más de 40 variedades de ají nativo y silvestre —como la ulupica, el arivivi o el chicotillo— cultivados en las comunidades de La Ciénega, El Tapial, El Cerro y otras del municipio de Padilla. La producción sigue métodos tradicionales que combinan conocimiento botánico, observación del entorno y rituales ligados a los ciclos lunares.

Recordemos que Chuquisaca era la ciudad más importante del Virreinato de la Plata y muchos de sus alimentos fueron llevados al resto del mundo. En este estudio, se destacan investigaciones que coinciden en que el origen del ají, su epicentro está en Bolivia, como señala Susana Bedoya:

“Gracias a los adelantos científicos en el campo de la genética podemos saber hoy a ciencia cierta el origen del ají (Capsicum sp.). Es decir, se ha ubicado el gen que es el origen de todos los ajíes del mundo y este se encuentra en lo que era el Alto Perú, hoy Bolivia, específicamente en lo que es hoy Aiquile, Comarapa y Villa Montes, ubicados entre Cochabamba y Sucre. La variedad poco conocida, chacoense, es el gen madre de todos los ajíes domesticados que existen. Y cuando hablamos de todos estamos incluyendo a los ajíes de Perú, México, la India, Pakistán, Tailandia, los países africanos o de cualquier parte (Bedoya, 2015: 69)”.

“El secreto está en la semilla. Una buena planta nace de un fruto que ha sido conversado, elegido con paciencia”, comenta doña Gregoria, productora de la comunidad de El Tapial.

Uno de los aportes más valiosos del documento es el reconocimiento al rol protagónico de las mujeres campesinas, quienes no solo participan activamente en el cultivo, sino que transmiten los conocimientos de generación en generación.

“Las mujeres son la memoria del ají. Saben cuándo sembrar, cómo secar, cómo molerlo para que no pierda su aroma”, señala el estudio.

La obra publicada por el MUSEF busca romper con la lógica colonial de la academia convencional. En lugar de imponer teorías externas, visibiliza y valida los saberes comunitarios como ciencia viva.

“Este libro es una propuesta de descolonización del conocimiento, un diálogo entre el museo y las comunidades para caminar juntos en la recuperación de saberes”, escribe Salvador Arano, jefe de la Unidad de Investigación del MUSEF.

El estudio advierte que la producción de ají en Padilla y municipios vecinos ha disminuido en las últimas décadas debido al cambio climático, el uso de semillas híbridas foráneas y la competencia con ajíes importados. Sin embargo, aún persisten variedades resistentes y se desarrollan estrategias locales de adaptación.

El uchu en Padilla es mucho más que un catálogo etnográfico. Es un homenaje a la resistencia cultural de un pueblo que ha hecho del ají su bandera, su alimento y su memoria. La publicación no solo visibiliza técnicas de cultivo tradicionales, sino que propone una forma alternativa de entender el conocimiento: desde la tierra, con la gente y para la vida.

El municipio de Padilla está ubicado en la provincia Tomina del departamento de Chuquisaca, desde Sucre en flota llega en unas cuatro horas. Es considerada una de las regiones agroecológicas más importantes para el cultivo del ají, cuya producción se desarrolla con base en una práctica agrícola tradicional heredada de generación en generación, otorgándole un valor histórico a su origen en la región sud de Chuquisaca, y una enorme connotación en el ámbito social y cultural de la región fusionada a una identidad productiva muy peculiar con relación al cultivo del ají.

Padilla se encuentra a 180 kilómetros de la ciudad de Sucre. Se halla vinculada con la carretera principal hacia la región guaraní con los municipios de Monteagudo, Huacareta y Muyupampa. Es una vía de mucha importancia para la comercialización del ají hacia las ciudades de Sucre, Cochabamba y Santa Cruz.

Actualmente, el municipio de Padilla está dividido en nueve distritos (Padilla, San Isidro, la Ciénega, San Julián, Lampasillos, el Rosal, el Tabacal, Tihumayu y el Valle) y entre estos se distribuyen 57 comunidades campesinas. 

 

CRÉDITOS

Redacción: La Paz.

Fotografías: MUSEF y Autores del estudio.

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