“Mi mamá guardaba algunos dibujos que hice a los dos años, donde dibujaba pequeñas muñequitas con vestidos que se extendían hasta la página siguiente. Así que, ya te imaginarás, desde siempre he querido dedicarme a esto. Cuando decidí estudiar moda no existía esa carrera en Bolivia. Me fui a México, donde vivía mi papá, pero tampoco encontré la carrera de moda. Mi mamá me aconsejó que, si iba a estudiar algo, debía obtener un título completo y no quedarme solo en ser costurera. Así que elegí estudiar diseño gráfico en la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco, quedaba a hora y media de mi casa. Escogí esa universidad porque ofrecía más cursos artísticos”, recuerda Claudia Pérez, diseñadora de tejidos en alpaca y promotora de la moda sostenible.

Las clases de dibujo y animación le encantaron. Después de graduarse en Diseño Gráfico, una de las primeras en ese campo para Bolivia. Era la década de 1990. A su retorno tuvo que explicar a las empresas cómo el diseño gráfico podía ayudarlas. “Mi primer empleo fue en una ONG, donde gané un concurso de afiches y me contrataron. Allí también aprendí computación, pues cuando estudié diseño, apenas comenzaban a incluir computación en los programas de estudio”.

Su familia la incentivo a seguir su deseo por la moda. Su creatividad tiene una herencia creativa. Su papá es Ricardo Pérez Alcalá, destacado pintor boliviano y uno de los mejores acuarelistas de América Latina. Su mamá Beatriz Ayala, arquitecta, le comentó que tenía un legado por el lado de su abuela materna porque tuvieron un taller de costura y zapatería en Uyuni, en el auge de la minería.

Llega el nuevo siglo y su papá la anima a viajar a Italia. Se fue a estudiar al Instituto Europeo de Diseño. “Tuve la fortuna de aprender directamente de profesionales en el mundo de la moda, como el sastre de Valentino”, subrayó la diseñadora destacando que Italia es un lugar extraordinario para estudiar diseño, porque su cultura respeta los materiales y la figura humana de una manera única, sin entrar de lleno en la producción en masa. Fue un tiempo enriquecedor donde aprendió muchísimo sobre historia, técnicas y tradición. 

De regreso en Bolivia, continuó en diseño gráfico, llegando a trabajar en proyectos importantes como la Reforma Educativa, donde estuvo a cargo del diseño de los libros de texto. Luego de seis años, retomó su sueño y se animó a enfocarse en la moda. Se postuló a una beca de estudio que ofreció la Embajada de Italia, en el 2006. “Al principio me dijeron que las becas eran solo para el área de salud, insistí y me dieron la oportunidad. Si luchas, logras”.

En Florencia estuvo un año tomó cursos de especialización en técnicas tradicionales, enfocándose en el trabajo de materiales como el cuero, la lana y la seda. En Roma y Florencia nacieron los talleres textiles. Hay mucha tradición y calidad en cada uno de los procesos de confección. También aprendió sobre los inicios del reciclaje textil. “En esa pequeña fábrica, cerca de la Toscana, durante de la Segunda Guerra Mundial los uniformes eran de lana -no había materiales sintéticos en esa época- captaron todo prenda de lana que encontraron, chompas, mantas, etc. para deshacerlas y volver a fabricar los uniformes para los soldados”. 

La diseñadora destaca que las fábricas no son enormes, son pequeñas en Europa destacando la calidad. Pudo conocer un taller donde realizaban prendas con lana de vicuñas que compran a Bolivia. “Allá la transforman en oro puro y la venden como oro. Me mostraron la cardadora y utiliza cardos naturales, no de metal. Una belleza. La máquina de madera con algunas partes de hierro y la parte delicada con cardos. Respeta los materiales. Muchísima calidad. Un gran aprendizaje”, enfatizó.  

En Italia empezaron a notarla por la creación de sus diseños, sin embargo, prefirió regresar a Bolivia, emprender y crear su propia marca.  para crear mi marca. En 2006 fundó su propia marca de ropa y la bautizó como "Aywira", que significa "encuentro de caminos". Al poco tiempo, capacitando a artesanas, descubrió que también simboliza el brote de una planta, una metáfora perfecta para su marca, que comenzaba a abrirse camino.

En 2007, abrió la primera tienda en la calle Linares. Cuenta que “fue un comienzo humilde, sin mucho mobiliario, pero puse todo de mí para que cada rincón reflejara mi estilo. La primera colección que lancé fue un éxito, y recuerdo cómo mis primeras clientas, unas turistas chilenas, compraron todas las prendas. Desde entonces, fui creciendo poco a poco, enfrentando los desafíos del emprendimiento y encontrando en cada obstáculo una oportunidad para mejorar.  Las cosas llegan cuando tienen que llegar. No hay suerte sin preparación”.

Repitió la colección y continuó vendiendo. La ubicación era buena y la exhibición es clave para llamar la atención de los turistas. No apilaba una sobre otra las prendas como se ve en muchos tiendas de esta zona turística, algunas que tienen inversiones que superan los 200 mil bolivianos. “Yo no tenía esos recursos. Mi tienda era pequeña, estaba bien decorada, con tonos de blanco y morado. Tenía amigos que fabricaban muebles y me ayudaron con una mesita en un intercambio, ya que en esa época vendía poco y producía de nuevo con cada venta hasta que pude estabilizarme”, recuerda.

Siempre trabajé con varios talleres de tejedoras, en los que colaboraban hasta diez personas para las diferentes líneas de sus colecciones. Después de la pandemia, trabajó con una sola tejedora para las prendas de lana de alpaca. Y colabora con algunas costureras para sus colecciones de moda sustentable reciclando prendas de seda.
“Mi tienda original funcionó desde 2009 hasta 2014. El turismo empezó a decaer y, aunque había visitantes, eran mochileros que no compraban tanto. La mayoría de los negocios en Linares eran revendedores. Algunos productores también llevaban sus cosas, pero los hacían reducir tanto los precios que se volvía humillante. En cambio, clientes internacionales como los peruanos valoraban más la calidad y compraban sin regatear. Recuerdo que un cliente extranjero comparaba mis productos con otros similares, más baratos, que había comprado en otro lado. Le expliqué la diferencia de cobrar Bs 250 y Bs 700 por tejidos de baby alpaca, incluso quemé un poco de la fibra de lana para demostrar que el mío era auténtico y no de material sintético. La diferencia era clara. Después decidí cambiar mi ubicación. Mi mamá me sugirió bajar para estar en casa y atender la segunda tienda cerca de él”. Fueron decisiones que tomó hasta que llegó la pandemia. Cerró la primera tienda, pero continuó trabajando y entregando pedidos.

Actualmente su tienda está en la calle Ignacio Cordero, en el barrio de San Miguel. “Me encanta la libertad que tengo en mi trabajo, tanto en las telas como en los diseños. Mi interés siempre ha sido usar materiales locales, especialmente lana boliviana. Aunque a veces la producción es limitada, prefiero la calidad. También trabajo con materiales reciclados y realizo cápsulas de colección, que son pequeñas y únicas”. Participa en ferias y utiliza las redes sociales para promover sus colecciones.

Considera que las tendencias globales influyen, aunque La Paz tiene un ritmo diferente y la gente prefiere ropa de calidad que dure frente a las tendencias pasajeras. “Creo que cada uno decide cómo vestirse y elige prendas que reflejan su personalidad. Lo importante es que debemos seguir trabajando, especialmente cuidando nuestro entorno”, puntualiza.

La sostenibilidad en la moda es importante, más aún cuando el contrabando de ropa usada está impactando en nuestro mercado. Frente a ello hay que recrear y trabajar con materiales que permitan cuidar la naturaleza desde cada espacio personal.


CREDITOS
Escrito por: Svetlana Salvatierra, periodista. La Paz.
Fotografías: Claudia Pérez.
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.